Debo encontrar un rincón en mi cuarto sentido 
                  para ordenar mis recuerdos de lo fue ese ayer, 
                  antes que las embrujadas telarañas del olvido 
                  arrebaten para siempre ese maravilloso placer… 
                  Todos esos felices momentos cuando fui pibe, 
                    los pondré en una vitrina imaginaria de  cristal. 
                    Y así, como el artista cuando sus obras exhibe, 
                    diré al mundo que no hay otra colección igual… 
                  Los alinearé como soldados listos para el  desfile. 
                    Sin distinción cada uno tendrá su lugar  especial. 
                    Para que ninguno sea olvidado o poco se  perfile, 
                    con letras de oro les asignaré un nombre  oficial… 
                  Por ejemplo: “los pantalones cortos”, “la  gomera”, 
  “el balero y el barrilete”, “la bicicleta’,  “las bolitas”, 
  “el monopatín”, “la casita de tablas en la  higuera”… 
                    También tendrá su lugar “el álbum de  figuritas”. 
                  Los inolvidables lugares estarán en otro  estante: 
  “El Bajo”, “La Laguna”, “El Pozo Abandonado”. 
                    Otra zona de nuestra juventud muy importante: 
  “La Barranca”, “La Fincamichina”, “El  Bañado”... 
                  Invalorables  recuerdos nos regala ese pasado, 
                    y  así como los ofrece, así también los arranca. 
                    Pero  por aquellos lugares que hemos transitado,  
                    nunca,  nunca me olvidaré de la famosa “Barranca”… 
                  “Los Hornos de Ladrillos”, cada uno con su historia: 
  “El Circular Pisadero”, “La vieja y crujiente  Noria”, 
                    que cuando el calor del sol era duro y  sofocante, 
                    nos daba de su vientre agua fresca y  confortante. 
                  Larrazábal  era todo: -- “La Vía Apia”, “El Dorado”. 
                    Nuestro  camino directo a los “safaris”, a la aventura. 
                    Hasta  Barros Pasos tenía un decente empedrado, 
                    de  ahí, adoquines cual melones, sin forma ni finura. 
                  E aquí otros nombres y lugares que hoy mi mente  evoca 
                    y que arraigados quedaron en las neuronas de la  memoria: 
                    Chilavert, Oliden; las avenidas Cruz y General  Roca, 
  “La Geniol”, La Pulpería enfrente, El Puente La  Noria… 
                    Las largas caminatas por Larrazábal hacia el  basural, 
                    recorriendo y analizando cada centímetro del  suelo. 
                    Intrigantes expediciones, buscando lo raro, lo  original. 
                    La meta suprema era llegar hasta el mismo  Riachuelo. 
                  Lugano, la Villa, estará sobre un plateado  pedestal. 
                    y allí pondré, las calles, las casas, infinidad  de gente: 
                    amigos, vecinos, voces, caras, siluetas -- en  general -- 
                    todos los recuerdos que en la mente encuentre… 
                  A ciertos lugares le rendiré una merecida  mención: 
                    El Cine Progreso; -- en el piso de arriba -- La  Biblioteca; 
                    El Monumento a la Bandera, La Feria, La  Estación, 
  “El Andén”, “el famoso Terraplén”, “Las Vías  del Tren”. 
                  En  la barranca de Larraya, donde pasaban las vías, 
                    en  los rieles poníamos clavos, o monedas de cobre 
                    esperando  que la locomotora nos crease fantasías 
                    --  medallas, dagas, -- finitas del espesor de un sobre… 
                  La  plaza de juegos frente a la estación de Lugano, 
                    toda  cercada, tenía estrictas horas de operación. 
                    El  cuidador, don Pedro Robledo con su toscano, 
                    por  muchos años cumplió esa importante misión. 
                  Por los árboles siento un respeto muy hondo. 
                    Ellos tendrán su lugar y antes que se me  olviden 
                    mencionaré los viejos sauces de Roca y  Murguiondo 
                    y los gigantescos eucaliptos de Avenida Cruz y  Oliden. 
                  A lo largo de Larrazábal, esos enormes  sanjones, 
                    aunque calmos, en ellos hervía un invisible  universo; 
                    llenos de actividad, ocultaban sus aguas  marrones 
                    otro mundo como si fuese del nuestro, el  reverso… 
                  Diferentes animalitos: caracoles, ranas,  pescaditos, 
                    sapos, anguilas, renacuajos, los buceadores  patitos. 
                    En sus orillas -- la flor de sapo, los  hambrientos abrojos, 
                    que si podrían se prenderían hasta en los ojos… 
                  Toda clase de plantas y yuyos crecían en la  Villa, 
                    algunos se me quedaron en la mente grabados: 
                    los cardos azules, los tréboles, la gramilla, 
                    y también los molestos bichos colorados… 
                  Los pájaros en la vitrina serán verdaderos  anfitriones:   
                    la ágil ratonera, por ser pequeña, será la  primera. 
                    Allí estarán las torcacitas, las urracas, los  gorriones,  
                    las gaviotas, las palomas, los horneros, los  halcones, 
                    los mistos, los pechito-colorados, los  jilgueros,  
                    las golondrinas, el bichofeo, las cachirlas,  los teros… 
                    Las  armas siempre fueron parte de la vida infantil. 
                    Una  rama de sauce cumplía la función de espada;  
                    un  palo de escoba sin problemas servía de fusil 
                    y  también de potrillo para hacer una rodeada… 
                  Los paraísos de Sayos con sus verdes  proyectiles, 
                    nos abastecían sin límites nuestro bélico  arsenal;  
                    y para nuestras  honderas o gomeras infantiles, 
                    por su tamaño y dureza, eran el calibre ideal… 
                  De la “escuelita primaria” pondré primero 
                    el guardapolvo blanco, los lápices Faber, el  tintero, 
                    la lapicera, las plumas Pelicán, las  pinturitas,  
                    la goma, la regla cuadrada, la cartera de  cuero, 
                    el sacapuntas, el borrador, el papel secante -- 
                    en ese entonces un elemento muy importante… 
                  De la escuela ciertos nombres me han quedado. 
                    Salgado se llamaba el maestro de cuarto grado.  
                    Mientras otros que en el tiempo se han perdido,  
                    el de sexto, para siempre se me quedó grabado: 
                    ya entrado en años y fumador empedernido, 
                    Agapito era su nombre, Mármol, su apellido… 
                  Los fieles servidores tendrán su propio alero. 
                    Allí posarán erguidos: el lechero, el  verdulero,  
                    el sifonero, el hielero, el botellero, el  panadero,  
                    el vendedor de sillas de mimbre, el vinero… 
                  La bicicleta, -- medio de locomoción privado, 
                    la usaban el cobrador de la cooperadora, el  mensajero --  
                    siempre con su carterita de cuero al costado. 
                    También la usaba nuestro vecino, el mercero. 
                  Pondré a los que “a pata” cumplían su tareas: 
                    el diariero, el vendedor de limones, el  cartero, 
                    y otras ocupaciones más pesadas que feas: 
                    el barrendero, el manicero, el ingenioso  tachero. 
                  El afilador de cuchillos con su fábrica  rodante, 
                    el colchonero con su portátil descuartizante. 
                    Recuerdo muy bien la mujer de las inyecciones,  
                    de memoria sabía todos los nombres y las  direcciones… 
                  Algunas herramientas diarias estarán  representadas, 
                    hoy muchas completamente extintas y olvidadas: 
                    el calentador “Primus”, el bracero de carbón, 
                    El rudimentario e imprescindible alcoholero  calefón… 
                  Hay recuerdos que no quisiera exponerlos. 
                    Son recuerdos amargos que sacuden bien fuerte;  
                    aunque no poseo ninguna autoridad para  esconderlos 
                    eran los serios problemas, o cuando nos  visitaba la muerte. 
                  Son imágines que sólo con lágrimas simpatizan: 
                    sepelios, enfermedades, accidentes, dolores… 
                    Dos lugares que al recordarlos me paralizan, 
                    El hospital Salaberry  y el Cementerio de Flores… 
                                                         *    *   * 
                    Antes de darle a la  vitrina el toque final, 
                    le agregaré algo muy  importante para la instancia, 
                    con letras grandes  grabaré en la puerta de cristal: 
  “Recuerdos de Lugano  y de mi infancia”… 
                                                                                             Clemente Dedela 
                     Berwyn, octubre del 2005  |